El ascenso al volcán Acatenango: reto físico, recompensa espiritual
“¿Cuánto falta?” es la frase que más se escucha desde el inicio hasta el final del ascenso al volcán Acatenango, en Sacatepéquez, Guatemala. Se sufre, pero se goza, sería otro calificativo; de lo contrario, sería inexplicable la presencia de los centenares de personas que suben cada día a ese coloso. La mayoría son visitantes de otros países de Centroamérica, México, Europa y Estados Unidos, como si se tratara de una peregrinación obligatoria para cada turista que pasa por el país.
El guía Edy Soc Osorio recomienda hacer ejercicio semanas antes del ascenso, principalmente trotar. Y con justa razón: podría considerarse un deporte de resistencia, tanto física como mental. Además, aconseja llevar linterna, una chumpa para soportar bajas temperaturas y ropa deportiva, no así de lona. Lo importante es llevar solo lo necesario, para facilitar el ascenso.
También es importante llevar al menos dos litros de agua y alimentos como atún o emparedados.
La demanda de turistas es tan alta que justo al inicio del ascenso se forma un “tráfico” de personas y alguien debe ceder el paso. Los primeros kilómetros son la parte más empinada, y hay varios lugares de descanso. Una persona promedio llega al refugio en cinco horas; desde allí se puede dormir y observar las explosiones del volcán, que son recurrentes, expulsando humo y emitiendo rugidos estruendosos desde el fondo de la Tierra.
Cada quien lleva su meta: la de Érick Elías era agradecer por un año más de sobriedad alcohólica. Pero lo más importante es disfrutar el aquí y el ahora, en medio de tanta naturaleza.
Algunos hacen cumbre ese mismo día —lo que implica una hora más de camino— y acampan allí, pero la mayoría permanece en el refugio y sube a la mañana siguiente para ver el amanecer. Allí se borran todos los recuerdos de cansancio y el espíritu descansa en la grandeza de la creación.
FOTO: Cumbre del volcán Acatenango, ubicado en el departamento de Sacatepéquez, Guatemala.