Opiniones – Rudy Gallardo

¿Quién controla quién eres? La disputa silenciosa por tu identidad digital

No hay guerra más peligrosa que la que se libra sin que nos demos cuenta. Hoy, mientras subimos fotos, firmamos formularios y usamos aplicaciones, alguien —o algo— está construyendo un expediente sobre quiénes somos. La pregunta ya no es tecnológica, es existencial: ¿quién controla tu identidad?  Tu nombre, tu rostro, tu firma, tu historial clínico, tu número de DPI, tu geolocalización, tu forma de escribir, de comprar, de opinar.  Todo eso, y mucho más, es tu identidad digital. No es solo una imagen en una red social ni un número de usuario. Es un sistema vivo de datos que representa cómo el Estado, las empresas y las plataformas te reconocen. Y, muchas veces, también cómo te juzgan.  En esta nueva era, tu yo digital puede abrirte puertas… o cerrártelas sin previo aviso.

  1. El espejismo del control

Creemos que controlamos nuestra identidad digital porque tenemos una contraseña, o porque subimos voluntariamente nuestra información. Pero la verdad es más compleja.

En la práctica, nuestros datos ya no nos pertenecen.  Están distribuidos entre bancos, redes sociales, compañías telefónicas, registros públicos, aplicaciones de citas, supermercados y agencias de marketing.  Cada uno tiene una pieza de tu identidad. Y cada pieza puede ser usada para venderte algo, clasificarte en un sistema, otorgarte o negarte un beneficio, o —en el peor de los casos— vigilarte sin que lo sepas. El ciudadano del siglo XXI es visible, rastreable y predecible, incluso cuando cree que está siendo anónimo.

  1. El mercado negro del “yo”

¿Sabías que tu identidad puede valer más que tu salario?

En el mercado de datos, tu perfil completo —comportamiento, ingresos, creencias, salud, redes— puede venderse por cientos de dólares. Y tú no ves un centavo. No firmaste un contrato. Y muchas veces, ni siquiera diste un consentimiento real.  El negocio es claro: convertir identidades humanas en activos financieros.  Las grandes plataformas no te ofrecen servicios “gratis”: te ofrecen servicios a cambio de ti mismo. Y lo más preocupante: cuando una plataforma comete un error sobre tu identidad (una confusión, una clasificación injusta, una suplantación), no tienes a quién reclamarle. Tu identidad ha sido tercerizada, convertida en dato sin rostro.

III. ¿El Estado protege o reproduce el problema?

En teoría, el Estado debería ser el garante de una identidad segura, universal y confiable.
Pero en muchos países, lo que ocurre es lo contrario:

  • Bases de datos públicas desprotegidas.
  • Instituciones fragmentadas que no comparten información.
  • Sistemas que aún dependen del papel o de procesos vulnerables.

Cuando el Estado no lidera la transformación digital desde una visión de derechos, termina delegando ese poder a actores privados que no tienen como prioridad el bienestar común, sino la rentabilidad.  Y en escenarios más extremos, incluso el propio Estado puede usar la identidad digital como herramienta de control político o discriminación social, como ya ocurre en regímenes donde se niega el acceso a servicios por razones ideológicas o étnicas.

  1. La identidad digital como campo de batalla geopolítico

No estamos hablando solo de sistemas informáticos.  Estamos hablando de soberanía. Países enteros están dejando en manos de proveedores extranjeros la infraestructura de su identidad digital. Eso implica riesgos enormes: dependencia tecnológica, exposición a ciberespionaje, pérdida de control sobre datos estratégicos de su población.  La identidad digital no es solo un asunto técnico.Es una infraestructura de confianza nacional. Y quien la controle —ya sea una superpotencia, una big tech o una red criminal— tendrá un poder real sobre decisiones sociales, económicas y políticas.

  1. ¿Qué hacer? Una propuesta para el liderazgo
  2. Reconocer la identidad como un derecho, no como una herramienta.

El primer paso es cambiar la narrativa: la identidad no es una ficha, un dato o un trámite. Es el núcleo de la ciudadanía. Requiere protección constitucional, jurídica y tecnológica.

  1. Crear marcos de gobernanza robusta y transparente.

Las políticas de identidad digital deben incluir participación ciudadana, auditoría pública y mecanismos de corrección. Ningún sistema puede tener poder absoluto sobre las personas.

  1. Impulsar tecnologías de identidad soberana.

El modelo emergente basado en blockchain y credenciales descentralizadas permite que el ciudadano recupere el control. No es ciencia ficción: ya está siendo aplicado en Europa, Canadá, India, y pronto será un estándar mundial.

  1. Establecer una autoridad nacional de protección de datos personales.

Sin una institución fuerte que regule, sancione y oriente el uso de los datos, la identidad digital seguirá siendo vulnerable.

  1. El dilema silencioso: ¿producto o persona?

Este es el dilema de nuestra generación. ¿Queremos que nuestra identidad sea una moneda de cambio, un código que otros manipulan… o una expresión digna, protegida y soberana de quiénes somos? Quien define tu identidad, define tu acceso.  Y quien controla tu acceso, controla tu futuro.  

«Una identidad sin control ciudadano es una amenaza en potencia. Quien gestiona la identidad, gestiona el poder.»