Dios te llama por tu nombre
Hace unos días, fui a una tienda.
La chica que me atendió fue muy amable, tan cálida que quise agradecerle por su nombre.
Busqué la etiqueta en su uniforme…
pero al notar mi intención, se apresuró a cubrirla con su mano.
Me dijo, con una sonrisa tímida:
—“Siempre me ha dado vergüenza mi nombre… mi papá cometió una falta de ortografía enorme al ponerlo y nunca me ha gustado.”
Y ahí estaba.
Una mujer joven, hermosa, inteligente…
que desde niña aprendió a esconder su nombre.
A esconderse.
Porque alguien más, con una decisión descuidada, sembró vergüenza donde Dios quería dar identidad.
¿Cuántas veces hemos hecho lo mismo?
¿Cuántas veces no ha sido un nombre mal escrito…
sino una palabra hiriente,
un apodo doloroso,
una etiqueta injusta?
Nos cubrimos.
No con la mano… sino con silencios, con inseguridades, con excusas.
Y vamos por la vida creyendo que hay algo mal con nosotras.
Que somos el error.
Que lo que llevamos escrito —en el alma— es algo de lo que deberíamos avergonzarnos.
Pero esa semana, Dios me había estado hablando sobre la identidad.
Y en ese instante, algo en mi corazón me empujó a buscar el significado de su nombre.
Lo encontré.
Y para mi sorpresa…
era la raíz original.
La forma más pura de un nombre que hoy tiene muchas variaciones.
Ella no era el error.
Era la versión más cercana al diseño original.
Se lo mostré.
Y no pude evitar sonreír al ver cómo arrebataba el teléfono de mis manos,
leyendo cada línea como si intentara recuperar años de verdad perdida.
Días después volví a la tienda.
Ella salió desde el fondo al verme, y con una sonrisa luminosa me dijo:
—“Buenos días… a la que me hizo amar mi nombre.”
¡Qué diferente camina una mujer cuando ya no carga vergüenza!
Y me quedé pensando…
Tal vez no te avergüenzas de tu nombre.
Pero sí de tu historia.
De tus decisiones.
De tu pasado.
Tal vez no tienes una etiqueta en el uniforme…
pero sí llevas una invisible en el corazón.
Una que dice: “Rechazada”.
“Insuficiente”.
“Marcada”.
“Equivocada”.
Y como esa chica… te las has creído.
Pero hoy quiero recordarte:
Tú no eres el error.
Tú eres la historia que Dios está redimiendo.
Y si eso aún te cuesta creerlo,
haz esta oración conmigo:
Señor, hoy pongo delante de Ti cada palabra que creí como verdad, cada etiqueta que me cubrí para sobrevivir.
Devuélveme mi nombre, mi identidad, mi valor.
Hazme caminar no con vergüenza, sino con propósito.
Muéstrame que no soy lo que me dijeron, sino lo que Tú soñaste cuando me creaste.
Y que cada parte de mí —aún lo que quise esconder— sea usada para Tu gloria.
Amén.
“Ya no te llamarán Desamparada… sino que serás llamada Mi deleite está en ella.”
—Isaías 62:4
Y si sientes que este mensaje es para ti,
si algo dentro de ti ha estado buscando respuestas,
quizá no sea casualidad que hoy estés leyendo esto.
De la Vergüenza a la Victoria no es solo un libro,
es un llamado a dejar de cubrirte,
y comenzar a redescubrir lo que Dios siempre ha dicho de ti.
Tal vez tu historia no empiece con honra…
pero puede terminar con victoria.
Descúbrela en delaverguenzaalavictoria.com