Opiniones – Rudy Gallardo

Gobierno sin papel: ¿utopía, eficiencia o amenaza?

En la carrera por modernizar el Estado, muchos gobiernos repiten el mantra del «paperless» como si fuera sinónimo de progreso. Pero ¿qué pasa cuando digitalizar no significa humanizar? ¿Estamos eliminando el papel… o solo trasladando la burocracia a una nueva pantalla?

La idea de un “Gobierno sin papel” —ese Estado ágil, eficiente, moderno, ecológico y tecnológicamente avanzado— ha sido abrazada por discursos oficiales, organismos multilaterales y consultores desde hace más de dos décadas. Y en teoría, es una gran idea:  Eliminar formularios interminables, colas físicas, duplicación de trámites, gasto de papel y tinta, archivos que se pierden o se pudren en sótanos ministeriales. Un Estado donde todo está digitalizado, automatizado y disponible con un par de clics.  Pero la realidad, especialmente en países como Guatemala, nos obliga a replantear esa narrativa con seriedad, ética y visión crítica

I. ¿Qué significa realmente ser un Estado sin papel?

El concepto de paperless government implica más que digitalizar documentos.
Implica transformar procesos, repensar flujos de trabajo, reorganizar funciones públicas y centrar los sistemas en el ciudadano, no en la comodidad institucional.

Un verdadero Estado sin papel:

  • No pide al ciudadano información que ya tiene.
  • No digitaliza la corrupción, ni automatiza la ineficiencia.
  • No convierte la pantalla en un nuevo muro de exclusión.

Pero cuando el paperless se vuelve solo un pretexto para usar tecnología sin reforma institucional, lo que se obtiene es una fachada digital: una interfaz bonita… sobre los mismos vicios de siempre.

II. Digitalizar sin transformar: el nuevo rostro de la vieja burocracia

Muchos portales “sin papel” siguen pidiendo al ciudadano:

  • Subir documentos escaneados que el propio Estado emitió.
  • Imprimir constancias generadas digitalmente para luego firmarlas a mano.
  • Presentarse en persona a validar lo que ya fue enviado electrónicamente.

Este modelo no es un gobierno sin papel.  Es un gobierno con doble trabajo: uno digital, y otro físico para “respaldarlo”. Además, cuando se implementa sin un marco de interoperabilidad, los sistemas no conversan entre sí. El ciudadano sigue siendo el mensajero entre instituciones desconectadas. La promesa de eficiencia se convierte entonces en una trampa de frustración.

III. ¿Quién queda fuera del paperless?

Un Estado que decide eliminar el papel sin considerar la brecha digital puede generar nuevas formas de exclusión:

  • Personas sin acceso a dispositivos inteligentes.
  • Adultos mayores o ciudadanos analfabetas digitales.
  • Comunidades sin conectividad adecuada.

La transición a un gobierno sin papel no puede ignorar la realidad del territorio.
Debe ser gradual, con acompañamiento humano y opciones híbridas mientras se universaliza el acceso. Porque un Estado sin papel que no tiene alma ni empatía, es simplemente otra forma de invisibilizar a los más vulnerables.

IV. Riesgos estructurales del paperless sin gobernanza

Además de la exclusión, hay otros riesgos cuando la digitalización no está acompañada de principios claros:

  • Falta de regulación: ¿Dónde quedan los derechos del ciudadano cuando no hay legislación robusta sobre firma electrónica avanzada, protección de datos o interoperabilidad?
  • Vulnerabilidad cibernética: Un Estado 100% digital que no invierte en ciberseguridad se convierte en blanco fácil para ataques que pueden paralizar el país.
  • Falsas eficiencias: Automatizar procesos sin revisar su lógica solo reproduce errores más rápido.
  • Pérdida de trazabilidad: En sistemas mal diseñados, la desaparición del papel también puede significar la desaparición de la responsabilidad.

VI. ¿Y entonces… cómo hacerlo bien?

No se trata de volver al papel ni de romantizar la carpeta manila.  Se trata de construir una transformación digital centrada en la persona, no en el software.  Un verdadero Gobierno sin papel:

  • Analiza procesos antes de digitalizarlos.
  • Integra sistemas con interoperabilidad real.
  • Respeta y protege los datos personales.
  • Forma servidores públicos en competencias digitales.
  • Ofrece opciones híbridas durante la transición.
  • Incorpora principios éticos y de justicia digital.

La eficiencia no debe ser la única métrica.  También debe medirse la inclusión, la transparencia, la usabilidad y la dignidad.

VII. El papel como símbolo: ¿qué eliminamos cuando lo eliminamos?

Curiosamente, el papel ha sido también símbolo de respaldo, de legalidad, de constancia visible.
Eliminarlo sin sustituirlo con mecanismos confiables, verificables y auditables puede aumentar la desconfianza institucional. El reto está en reemplazar la seguridad del papel con la seguridad del código… y la confianza del ciudadano. Eso implica algo más que tecnología: implica arquitectura institucional, formación cívica y reforma legal.

VII. Sin transformación institucional, no hay transformación digital

Un Estado sin papel, sin alma, sin justicia y sin transparencia… es tan opresivo como el más arcaico de los regímenes.  La digitalización no puede convertirse en un nuevo ídolo, ni en excusa para eliminar el contacto humano o el debido proceso. Lo digital debe servir a lo humano, no al revés.

Un Estado verdaderamente moderno es aquel que usa la tecnología para acercarse, no para esconderse. Un Estado donde el dato no sustituye la empatía, y donde la automatización no borra la responsabilidad.

“Digitalizar sin transformar es como escanear la corrupción. Un Estado sin papel debe ser, ante todo, un Estado con propósito y justicia.”