Opiniones – Rudy Gallardo

Surfeando la nueva ola del alto rendimiento

Algo profundo está cambiando en el mundo del trabajo. No es solo la inteligencia artificial, ni los recortes de personal, ni los nuevos modelos de productividad. Lo que está cambiando es la relación entre las personas y el rendimiento. La presión por ser más rápidos, más eficientes y más “altamente productivos” ha marcado un punto de inflexión, ya no se compite por talento, sino por energía. Ya no se mide el esfuerzo, sino la capacidad de sostener el ritmo de un océano que no deja de moverse.

La pregunta es incómoda, pero inevitable: ¿Estamos preparando a las personas para esta nueva ola o simplemente esperando que sobrevivan?

Las tendencias globales muestran que el rendimiento se está convirtiendo en un filtro implacable. Empresas tecnológicas, financieras y de servicios están recortando posiciones con base en métricas agresivas, impulsadas por algoritmos que calculan la productividad minuto a minuto. Mientras tanto, los equipos humanos intentan adaptarse a un escenario donde la velocidad se vuelve virtud y la pausa, sospecha.

Pero detrás del discurso del alto rendimiento se esconde una realidad que pocos quieren abordar, el talento no florece con presión constante; florece con claridad, sentido y acompañamiento. No todo desajuste laboral es falta de compromiso. Muchas veces es falta de conexión. Falta de liderazgo. Falta de espacios donde las personas puedan volver a respirar. El desenganche que muchas organizaciones denuncian no es un síntoma de flojera, sino de un sistema que ha extraviado el equilibrio entre eficiencia y humanidad.

La ola del alto rendimiento no puede surfearse solo con métricas. Se necesita algo más antiguo y profundo: la confianza.  Confianza para delegar sin vigilar obsesivamente. Confianza para formar en lugar de descartar.  Confianza para reconocer que no todo talento rinde igual, pero que cada talento puede aportar desde un lugar distinto.

La investigación internacional señala que las organizaciones que tendrán éxito no serán las que exijan más horas, sino las que desarrollen más habilidades. No las que presionen por velocidad, sino las que enseñen a navegar la complejidad. No las que despidan rápido, sino las que inviertan en acompañar procesos de aprendizaje continuo.  La ola del rendimiento no se detendrá. Pero sí puede cambiar la forma en que la enfrentamos. Lo que está en juego no es solo competitividad, es salud mental, estabilidad emocional y sentido de propósito. La IA eliminará tareas, pero no puede reemplazar la presencia humana, la mentoría, la creatividad, la intuición y la empatía. Ninguna máquina puede sustituir la serenidad que da un buen líder cuando el equipo siente que la marea sube demasiado rápido.

Por eso, la conversación sobre rendimiento debe volverse más humana.  Menos obsesión por cifras. Más atención a las personas que sostienen esas cifras.  El futuro del trabajo no será “quién rinde más”, sino “quién sabe acompañar mejor”.  El nuevo liderazgo requiere aprender a surfear la ola sin perder de vista a quienes están intentando mantenerse a flote. No es solo gestionar tareas, es gestionar dignidad. Es recordar que cada meta cumplida tiene detrás una historia personal que merece ser cuidada.

La productividad del futuro no será únicamente técnica; será emocional.  Las empresas que entiendan esto no solo sobrevivirán a la ola, la liderarán. Porque al final, en un mundo acelerado por algoritmos, lo más revolucionario será seguir siendo profundamente humanos.