Opiniones – Rudy Gallardo

Trabajo en la era digital: Derechos del trabajador frente a algoritmos y plataformas

El trabajo ha cambiado, pero ¿han cambiado las leyes? Plataformas digitales, algoritmos de productividad y contratos flexibles redefinen el empleo, muchas veces sin garantías claras para el trabajador.

Durante más de un siglo, los derechos laborales se forjaron en fábricas, sindicatos y jornadas de ocho horas. Hoy, la relación entre trabajador y empleador ha sido reemplazada por interfaces, notificaciones automáticas y métricas calculadas por algoritmos. El problema no es la tecnología. El problema es que los derechos no han evolucionado a la misma velocidad que las plataformas.

I. Economía digital, reglas analógicas

Las plataformas de trabajo digital —transporte, entregas, freelancers, servicios bajo demanda— se presentan como espacios de autonomía y flexibilidad. Pero en la práctica:

  • Muchos trabajadores no tienen seguridad social ni contrato estable.
  • La asignación de tareas o el cálculo de pagos es definido por sistemas algorítmicos opacos.
  • No hay canales claros de apelación, defensa o diálogo.
  • Se trabaja bajo vigilancia constante: cada segundo, cada evaluación, cada omisión es cuantificada y puntuada.

La tecnología convierte al trabajador en dato. Y el dato, si no se regula, se convierte en precariedad.

II. ¿Qué pasa cuando un algoritmo es tu jefe?

En entornos altamente automatizados:

  • El rendimiento se mide sin contexto.
  • Las pausas, errores o condiciones externas no son consideradas.
  • Las sanciones son impuestas sin oportunidad de explicarse.
  • Los despidos pueden llegar por correo o por una caída en el puntaje de desempeño.

Y todo eso ocurre sin que exista una figura humana que escuche, medie o comprenda. El trabajador deja de ser sujeto y se convierte en “usuario” de una lógica sin rostro.

III. ¿Qué derechos están en riesgo?

  1. Derecho a la desconexión: Muchos trabajadores digitales no tienen horario claro. Están disponibles según el algoritmo, pero no protegidos por él.
  2. Derecho a la transparencia: No saber cómo se decide tu pago o tu asignación de tareas es una forma de indefensión.
  3. Derecho a la revisión humana: Una penalización automatizada debe poder ser revisada, explicada y corregida.
  4. Derecho a la representación colectiva: Aunque trabajen de forma “independiente”, muchos trabajadores enfrentan condiciones comunes y necesitan canales colectivos de negociación.

IV. El nuevo contrato social digital

El trabajo en la era digital necesita un nuevo pacto regulatorio, con principios como:

  • Intermediación con responsabilidad: las plataformas no pueden presentarse como “neutrales” si controlan horarios, ingresos y condiciones.
  • Protección sin importar el canal: quien trabaja, sea por app o presencial, debe tener los mismos derechos básicos.
  • Auditoría de algoritmos laborales: cada sistema que toma decisiones sobre trabajadores debe poder ser auditado por entes laborales y tribunales.
  • Políticas fiscales claras: el trabajo digital no puede seguir operando sin aportar al sistema de seguridad social.

V. América Latina: el reto de regular sin sofocar

En países como Guatemala, donde el desempleo estructural es alto y la informalidad domina el mercado, el trabajo digital ha sido una válvula de escape.

Pero si no se regula pronto, se consolidará como una nueva forma de informalidad algorítmica: trabajadores sin derechos, operando en esquemas globales que no rinden cuentas a los Estados. Regular no significa castigar la innovación. Significa asegurar que el progreso tecnológico no se construya sobre el sacrificio laboral.

VI. La dignidad no se terceriza

El trabajo es más que un ingreso. Es reconocimiento, propósito, estabilidad.
Y eso no puede depender únicamente de un sistema automatizado que decide desde la distancia.  Si el siglo XX luchó por el derecho a sindicalizarse, el siglo XXI debe luchar por el derecho a comprender y cuestionar los algoritmos que nos gobiernan en el empleo.  El progreso real no es más productividad. Es más dignidad para quienes la hacen posible.

La productividad del siglo XXI no debe costar los derechos laborales del siglo XX. El algoritmo también debe rendir cuentas.