Opiniones – Rudy Gallardo

Liderazgo con emociones inteligentes en la Guatemala digital

En el tablero de la historia reciente, Guatemala avanza entre dos tensiones: la urgencia de transformarse digitalmente y la persistencia de desigualdades que parecen atarla al pasado. Mientras el mundo gira hacia la inteligencia artificial, la interoperabilidad y la hiperconectividad, nuestro país lidia todavía con rezagos institucionales, brechas tecnológicas y un déficit de confianza en las estructuras de poder. En este escenario, surge una pregunta crucial: ¿qué tipo de liderazgo necesitamos para no quedar relegados a la periferia de la nueva era digital?

La respuesta no está únicamente en el dominio de la tecnología, sino en la capacidad de ejercer un liderazgo con emociones inteligentes. Un liderazgo que comprenda que cada dato, cada identidad y cada interacción digital involucra a seres humanos con derechos, dignidad y sueños. En muchos países —y Guatemala no es la excepción— se ha confundido la transformación digital con la simple compra de equipos, plataformas o programas. Se cree que al implementar un software o inaugurar una oficina virtual ya se ha dado el salto a la modernidad. Sin embargo, la verdadera transformación no depende de la herramienta, sino del modelo de gestión y del espíritu con que se conduce.

Un jefe que solo domina lo técnico corre el riesgo de convertirse en un administrador de máquinas. Y un Estado que solo mide avances en megabytes o servidores instalados termina olvidando que detrás de cada identidad registrada, de cada transacción digital, de cada trámite en línea, hay una persona que espera ser atendida con respeto y empatía. La tecnocracia sin emociones humanas produce sistemas fríos, distantes y, muchas veces, ineficientes. Por eso, hoy más que nunca, los líderes en todos los ámbitos —público, privado, comunitario y eclesial— deben ejercitar una inteligencia emocional capaz de dar humanidad al proceso digital. El concepto no es nuevo, pero cobra especial relevancia en la era digital. La inteligencia emocional puede entenderse como la capacidad de reconocer nuestras propias emociones, gestionarlas con madurez, comprender los sentimientos de los demás y crear relaciones que fortalezcan la confianza mutua. Aplicado al liderazgo en Guatemala, esto implica al menos cuatro dimensiones:

  1. Autoconocimiento.
    El líder que no identifica sus miedos o ansiedades puede terminar transmitiendo inseguridad a su equipo. En un país donde la incertidumbre política y económica es constante, el directivo que logra mantener la calma y reconocer sus propias limitaciones genera credibilidad y contagia serenidad.
  2. Control emocional.
    No se trata de reprimir sentimientos, sino de canalizarlos. Respirar antes de hablar, escuchar antes de responder, discernir antes de decidir. La serenidad de un líder en medio de una crisis digital —un ciberataque, una filtración de datos, una protesta ciudadana en redes— puede marcar la diferencia entre el colapso y la resiliencia.
  3. Empatía.
    En la sociedad hiperconectada, el impacto de lo virtual en la vida real es cada vez más evidente. Un fraude digital no solo roba dinero, también erosiona la confianza. Un comentario discriminatorio en redes no es “solo un post”, es una herida a la dignidad de alguien. El líder que es capaz de ponerse en el lugar del otro comprenderá que la transformación digital no puede avanzar a costa del tejido social. 
  4. Gestión de relaciones.
    La Guatemala fragmentada que conocemos exige líderes que tiendan puentes. En el plano digital, esto significa construir equipos diversos, inclusivos y colaborativos. La innovación no florece en ambientes jerárquicos rígidos, sino en espacios donde las personas se sienten escuchadas y valoradas.

El liderazgo digital en clave guatemalteca

¿Por qué hablar de emociones en un país donde lo que falta es infraestructura, leyes y conectividad? Porque la raíz de nuestro rezago no es solo técnica: es cultural e institucional. En demasiadas ocasiones, las decisiones tecnológicas han sido tomadas desde la opacidad, sin participación ciudadana, sin pedagogía y sin empatía. Los proyectos terminan fracasando no porque la tecnología sea mala, sino porque quienes los lideraron olvidaron comunicar, escuchar y generar confianza. Un ejemplo claro lo vemos en el debate sobre la protección de la identidad y los datos personales. Sin un liderazgo sensible y empático, cualquier esfuerzo normativo será percibido como una amenaza más que como una garantía. El ciudadano teme que sus datos se usen para vigilarlo, no para protegerlo. Romper esa desconfianza requiere líderes con la capacidad emocional de explicar, dialogar y generar consensos.

Asimismo, en el ámbito empresarial, muchas iniciativas digitales tropiezan porque los directivos imponen plataformas sin capacitar ni acompañar a sus equipos. La resistencia al cambio no es falta de inteligencia, sino falta de sensibilidad de los líderes para comprender los temores legítimos de sus colaboradores.

No se suele pensar en ello, pero la ciberseguridad también tiene una dimensión emocional. El estafador digital apela a la urgencia, al miedo, a la codicia o a la compasión para manipular a sus víctimas. De poco sirven los mejores firewalls si el ciudadano, por ansiedad o ingenuidad, entrega sus claves o hace clic en un enlace malicioso. Un liderazgo con emociones inteligentes entiende que educar en ciberseguridad no es solo dar manuales técnicos, sino formar a la población en discernimiento emocional. Enseñar a desconfiar de lo demasiado bueno para ser verdad, a no ceder ante mensajes cargados de pánico o sentimentalismo, a proteger la identidad como parte esencial de la dignidad.

En un mundo digitalizado, la confianza es el recurso más escaso y más valioso. Ninguna plataforma funcionará si los ciudadanos no confían en ella. Ningún gobierno logrará digitalizar trámites si la gente sospecha que sus datos serán usados con fines oscuros. Ninguna empresa prosperará en la economía digital si no logra generar lealtad en sus clientes. Esa confianza no se decreta. Se construye con liderazgo humano, con coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, con sensibilidad para escuchar críticas y con valentía para reconocer errores.

Guatemala no puede quedarse en la retaguardia de la historia digital. Pero no basta con modernizar sistemas; es urgente modernizar liderazgos. Necesitamos jefes que no solo sepan programar políticas, sino también inspirar personas. Directivos capaces de escuchar, no solo de ordenar. Autoridades que entiendan que gobernar en lo digital es gobernar corazones tanto como gobernar datos.  La Escritura lo resume con sencillez y profundidad: “El que gobierna a los hombres sea justo, gobernando en el temor de Dios” (2 Samuel 23:3). Un jefe con emociones inteligentes no se limita a administrar, sino que conduce con justicia y sensibilidad.

La Guatemala digital que soñamos requiere líderes que unan visión tecnológica con sensibilidad humana. Porque la verdadera innovación no será instalar 5G ni aplicar inteligencia artificial: será ejercer un liderazgo que reconozca que detrás de cada clic hay una vida, y detrás de cada dato, un derecho.

Ese es el desafío. Y también, la gran oportunidad.