Opiniones – Rudy Gallardo

Cuando no se puede salir al mar: el arte de reparar las redes interiores

Hay días en que el mar está cerrado. No por falta de deseo, sino por fuerza del viento, por condiciones que superan el control humano. Cuando el pescador no puede salir a faenar, no se lamenta: repara sus redes. Esa sencilla imagen encierra una de las mayores lecciones de liderazgo, resiliencia y propósito que podemos aprender en tiempos de incertidumbre. Vivimos en una cultura que venera la acción inmediata. Se celebra al que “sale al mar” cada día, pero se desprecia el valor del silencio, de la pausa, de la preparación. Sin embargo, los verdaderos líderes saben que no todo progreso ocurre en movimiento. A veces, el mayor avance sucede cuando el cuerpo se detiene, pero el alma trabaja.

I. El tiempo improductivo que en realidad es fértil:  Para el pescador, la pausa no es ocio. Es estrategia. Mientras otros se impacientan por volver al mar, él aprovecha para revisar sus herramientas, reforzar los nudos, reparar los hilos y cuidar el bote.  Entiende que la próxima travesía dependerá de la calidad del tiempo invertido en ese silencio. En la vida personal y profesional ocurre igual. Hay temporadas en que no podemos avanzar como quisiéramos: los proyectos se detienen, los planes se aplazan, las puertas parecen cerrarse. Pero ese tiempo —si se vive con propósito— puede convertirse en el más productivo de todos.  Reparar las redes significa restaurar lo esencial: revisar la motivación, cuidar la salud emocional, reconectar con el sentido de lo que hacemos.  A veces el mar no se abre porque el cielo nos está pidiendo atención a lo interno.

II. Liderar también es saber detenerse:  En la lógica del rendimiento continuo, detenerse parece fracaso. Pero la madurez del liderazgo se demuestra precisamente en esa pausa consciente.

  1. El líder que no se permite reparar sus redes termina desgastado, incapaz de sostener el peso del propósito. Reparar las redes es preguntarse:
  • ¿Qué parte de mi carácter necesita fortalecerse?
  • ¿Qué hábitos debo ajustar antes de seguir navegando?
  • ¿Qué relaciones o equipos necesitan restauración?

Un líder que se toma el tiempo para responder esas preguntas no se está deteniendo: se está preparando.  El mar del futuro requiere redes sólidas, no voluntades improvisadas.

III. De la productividad al propósito:  En la ilustración del pescador aparecen palabras escritas en su red: pasión, comportamiento, autocuidado, amor.  Cada hilo que se repara simboliza una dimensión de la vida que el liderazgo consciente no puede descuidar.

  • Pasión, porque sin entusiasmo ningún proyecto resiste la adversidad.
  • Comportamiento, porque la ética es la urdimbre invisible que sostiene toda red de confianza.
  • Autocuidado, porque liderar sin cuidar el alma es navegar con las manos heridas.
  • Amor, porque el liderazgo sin afecto se convierte en control, no en influencia.

Cuando no se puede salir al mar, toca revisar estas fibras.  Es el momento de convertir la ansiedad por avanzar en la disciplina de fortalecer.

IV. La ética del tiempo oculto:  El liderazgo contemporáneo parece diseñado para ser visto.  Medimos influencia por seguidores, éxito por exposición y progreso por actividad. Pero lo invisible también construye historia.  El tiempo oculto —el de la preparación, la lectura, la reflexión, la oración— no genera titulares, pero sí carácter.  Ahí se forman los líderes que, cuando llega la tormenta, no se rompen.  Guatemala, y el mundo entero, necesita más líderes que aprendan el valor del tiempo oculto: personas que sepan detenerse antes de hablar, discernir antes de decidir y restaurar antes de actuar.  La ética del tiempo oculto nos enseña que no toda pausa es pérdida.  A veces, lo que parece inactividad es la más profunda forma de fidelidad.

V. Reparar las redes institucionales:  El principio del pescador aplica también a las organizaciones y a los países.  Cuando un Estado, una empresa o una comunidad atraviesa crisis, el instinto es salir al mar de la acción inmediata: lanzar campañas, aprobar leyes, improvisar soluciones. Pero el liderazgo responsable entiende que antes de navegar hay que reparar.  Reparar las redes institucionales significa revisar estructuras, capacitar personas, fortalecer valores, reconstruir confianza.  No se trata de moverse más, sino de moverse mejor. Guatemala tiene talento, recursos y espíritu; pero necesita tiempo de introspección institucional. Un país que no repara sus redes —su ética pública, su educación, su confianza social— no podrá aprovechar ni los mejores vientos de crecimiento.

VI. La dimensión espiritual del silencio:  En Eclesiastés se nos recuerda: “Todo tiene su tiempo: tiempo de plantar y tiempo de cosechar, tiempo de callar y tiempo de hablar.”   El pescador respeta ese orden natural. No desafía el mar: espera la señal del cielo.  Esa es la esencia de la fe práctica: no desesperar cuando el mar está en calma, sino prepararse para cuando vuelva la marea.  El silencio no es castigo; es entrenamiento.  Dios forma a los líderes en los talleres del tiempo oculto, en las pausas no planificadas, en las temporadas donde parece que nada pasa. Ahí es donde se reparan las redes del alma.

VII. Prepararse para el nuevo viaje: Tarde o temprano, el mar vuelve a abrirse. El viento cambia, el clima mejora y llega el momento de zarpar.  Quien aprovechó el tiempo de pausa volverá más fuerte, con redes firmes y propósito claro.  Quien se impacientó y no reparó nada, descubrirá en altamar que su red ya no resiste el peso de la oportunidad.  La próxima vez que la vida, la organización o el país te obliguen a detenerte, recuerda al pescador de la imagen. No todo está perdido: es tiempo de reparar tus redes.

Repara tu carácter, tus vínculos, tu propósito. Repara la fe que el cansancio desgastó. Repara la disciplina que el éxito aflojó. Repara los hilos invisibles que sostienen tu vocación. Porque el mar siempre vuelve. Y solo aquellos que aprovecharon la pausa estarán listos para navegar con esperanza y dignidad.