fracaso

La emancipación del fracaso

Por Douglas Hernández  

Más de alguna vez hemos sentido la amarga frustración de ser alcanzados por los tentáculos del fracaso. El destino, el tiempo o los resultados, nos han dado ese beso sinsabor que nos recuerda apesadumbradamente que no todo saldrá como lo habíamos planeado, y sentimos el peso del fracaso como yunque que nos arrastra al fondo. Y claro está, cuánto más alto estemos, más larga es la caída, más duro el golpe, y, será más notado por más gente.

Incluso, el fracaso es como ese momento incómodo, cuando nos dicen que la tarjeta fue rechazada delante de las demás personas. Y realmente, esa es una forma fácil de fracasar, si lo vemos desde el punto de vista, que es un resultado adverso. No todos los fracasos se pueden medir con la misma dimensión. Aunque el “fracaso” como tal es el mismo, las consecuencias son totalmente diferentes para cada ocasión. No es lo mismo una tarjeta rechazada a perder un campeonato, una medalla, una carrera, un empleo, un premio, un año escolar, un amor. En su propia dimensión, cada fracaso arrastra consigo sus propias consecuencias. Hay fracasos que verdaderamente lastiman.

Y cada fracaso lacerará el espíritu, eso es definitivo, sin embargo, el dolor durará el tiempo que permitamos que duela. Se dice que el tiempo cura las heridas. Desde mi punto de vista, no es el tiempo, sino la madurez para enfrentarlo y cómo nos sintamos ante el fracaso.

Si ya perdió, tiene dos opciones. Sentarse a lamer sus heridas, rasgarse las vestiduras y somatarse el pecho. O, ser estoico e intentarlo de nuevo. La ventaja, es que, si lo intenta nuevamente, no inicia de cero, ya tiene la ventaja de la experiencia. Así que le invito a que se rete cada día, a ser mejor que ayer. En la medida que compita consigo mismo, ganará terreno ante los demás. Es una ecuación simple. Emancípese del fracaso, porque será fracaso, si no aprendió de lo sucedido, y si no, lo intenta de nuevo.

Extracto del libro “Más allá”, del mismo autor.